4.1. Siglo XX: bases del arte computacional
4.1.5. Grandes exposiciones sobre el binomio arte y ciencia
Hubo tres grandes exposiciones que marcaron un punto de inflexión respecto al reconocimiento del arte computacional por parte de las instituciones:
- «Cibernetic Serendipity», comisariada por Jasia Reichardt, tuvo lugar en el Institute of Contemporary Arts (ICA) de Londres del 2 de agosto al 20 de octubre de 1968.
- «The Machine as Seen at the End of the Mechanical Age» se celebró en el Museo de Arte Moderno de Nueva York entre 1969 y 1970.
- «Software Information Technology: Its New Meaning for Art» se presentó en el Museo Judío de Nueva York en 1970.
En la muestra londinense, se exploraba la relación existente entre la tecnología y la creatividad (Reichardt, 2018, pág. 6). Artistas y científicos de todo el mundo mostraban cómo la colaboración entre los dos ámbitos daba lugar a nuevas líneas de investigación aplicables a las artes, la ciencia, la comunicación y al ocio. La muestra incluía dibujos digitales, fotografías, robots, música, máquinas que pintaban, máquinas que escribían haikus, instalaciones y audiovisuales, y se nutría constantemente de eventos paralelos (charlas, performances, debates).
La muestra, que posteriormente viajó a varios puntos de Estados Unidos, fue esencial para promover una visión positiva del nuevo perfil de los creadores tecnológicos y ofrecer un panorama heterogéneo de las incipientes creaciones digitales. Propuestas de artistas como Naim June Paik, Jean Tinguely o John Cage se entremezclaban con las de Laposky, Nake, Noll, John Whitney o el Computer Technique Group (CTG).
El gran éxito de público –recibió más de 40.000 visitantes– influyó en la asimilación de nuevos conceptos y en toda una generación de nuevos creadores fascinados por el potencial de los ordenadores del momento.
En el caso de «The machine, as seen at the end of the mechanical age», comisariada por Hultén Pontus, se contrasta la evolución de la tecnología con los valores humanísticos de la creación desde diversos puntos de vista. Aboga, además porque los artistas se conviertan en guías que promuevan una mejor relación entre el ser humano y la máquina (Hultén y Museum of Modern Art of New York, 1968, pág. 252). Un año más tarde «Software Information Technology: Its New Meaning for Art» conjugó el resultado de experimentos científicos y creaciones de arte conceptual. Jack Burman, su comisario, supo trazar paralelismos entre proyectos basados en dispositivos para transmitir información (media art) y aquellos que utilizaban el leguaje como material sin recurrir a la tecnología. La propuesta criticaba de lleno las teorías de McLuhan, tan influyente en aquellos años: para Burnham la relación hombre-máquina fomentaba la creatividad y la innovación, no la alienación (Jewish Museum of New York y otros, 1970, págs. 70-71). Además de promover la colaboración entre científicos y artistas, originó el intercambio entre el museo de arte y la industria: American Motors patrocinó la producción técnica y varias empresas prestaron componentes tecnológicos para la producción de algunas piezas expuestas.
En paralelo a estos grandes acontecimientos culturales, en 1968, el mundo académico había inaugurado un sistema de comunicación e intercambio de datos a través de ordenador, un antecedente de Internet. Las universidades de Stanford y Los Ángeles lograron llevar a cabo su conferencia bianual con un sistema que cambiaría globalmente el modo de comunicarnos.
Douglas Engelbart, ingeniero electrónico fue uno de los participantes más aclamados tras su intervención titulada «The mother of all demos». Desde su computadora del Stanford Research Institute (SRI), expuso a un público de dos mil personas situadas en un auditorio de San Francisco, a 48 kilómetros de su despacho, la primera demostración pública del sistema informático oN-Line System (NLS), que incluía, entre otras innovaciones, el uso del ratón, el correo electrónico, la teleconferencia, el hipertexto o la edición colaborativa (Sack, 2019, págs. 146-150). La evolución del sistema tardaría tanto en desarrollarse que, al popularizarse algunos de los componentes, como en el caso del ratón del Macintosh de Apple en 1984, su patente había caducado, así que ni él ni sus colaboradores recibieron compensación económica alguna.
En todo caso, sí que dejaron patente una realidad inquitante: las herramientas y metodologías informáticas, que se habían convertido en símbolos del poder, seguían en manos de científicos y militares estadounidenses.