2. Análisis del sector público de las artes visuales en el Estado español

2.6. Arte público

El modo de producción del arte público suele realizarse desde la práctica de lo social y ser capaz de semiotizar la transformación de la sociedad, o no ser ajeno al contexto ni a la época en la que se enmarca su producción. Históricamente, su función política fue legitimar la cultura oficial mediante la cotidianización de sus valores, donde los monumentos son un ejemplo claro, al introducir en el acervo de lo común los símbolos reconocidos por el Estado y, por lo tanto, por la clase dominante. En este sentido, el arte público corre el riesgo de reproducir a escala local los valores estéticos globales y atacar a la diversidad de las culturas, como ocurre con las estatuas de Cristóbal Colón y de otros responsables del colonialismo. Aún hoy en día, el arte público puede ser utilizado como un modelo mimético de los estándares normativos y una herramienta para la hegemonización cultural, como ocurre con la apropiación del arte urbano, absorbido por la institución que en teoría lo considera ilegal. Pero el arte público también alberga el potencial de rehabilitar la función social del arte y dotarlo de nuevas estructuras y espacios con significado social.

El arte público supone una disrupción a lo contemplativo mediante la interpelación directa al peatón, que se convierte en espectador casual, como ocurre con las frases pintadas por Boa Mistura en algunos pasos de cebra de Madrid por encargo del Ayuntamiento en 2018.

El arte público pone en relación directa al arte con el espacio público y al espacio público con la ciudadanía. El transeúnte no se convierte en un espectador casual al uso, sino que el modo de espectar también es trastocado. La apelación insistente modifica el arte de lo contemplativo y provoca la emancipación del espectador. Este nuevo espectador emancipado (Rancière, 2010) se libera de la instrucción impuesta al pueblo emancipándose intelectualmente al mismo tiempo y verificando la igualdad de inteligencias frente a la clase dominante. Sin embargo, existe una ausencia evidente de relación entre el pensamiento de la emancipación intelectual y la cuestión del espectador actual. El arte público requiere de participantes para ser activado, investigado y cuestionado en vez de voyeurs pasivos que únicamente lo contemplen, pues «mirar es lo contrario de conocer […] ser espectador es estar separado al mismo tiempo de la capacidad de conocer y del poder de actuar» (pág. 10).

Un ejemplo del modelo vertical son las figuras de Meninas decoradas que se localizan temporalmente desde 2018 en las calles de Madrid por iniciativa del Ayuntamiento. El responsable del proyecto, Antonio Azzato, crea las figuras para ser después intervenidas por personas famosas, vinculadas o no al arte, y las esculturas finalmente forman una exposición urbana. Estas iniciativas no suelen contar con el respaldo del sector cultural, que considera que la intervención se instrumentaliza en pro de fines más turísticos o comerciales.

En cambio, el arte público de gestión comunitaria busca una implicación social en el municipio.

Por último, cabe destacar que el arte público es interferido por las políticas urbanísticas y tiene una implicación en los sectores turístico e inmobiliario. En consecuencia, su desarrollo es determinado por las estrategias políticas que cada Gobierno desarrolla para los espacios urbanos comunes. Uno de los debates abiertos por el arte público lo vincula de manera directa a los procesos de gentrificación que sufren muchas ciudades, como ha sucedido a raíz de la intervención de Okuda en el faro de Ajo (Cantabria), que responde a un expreso deseo por parte de la Administración autonómica de promover el turismo de la región.