1.2. Definición del sector público
1.2.1. Los términos cultura y arte desde la perspectiva pública
La definición que Edward Burnett Tylor hace en 1871 del término cultura eleva el concepto a un entramado holístico, un todo complejo y funcional, un conjunto integrado de conocimientos de distintas esferas.
[La cultura pasa a designar] «el conjunto de actividades, técnicas, usos, organizaciones, saberes y conocimientos, valores generados, etc. no ya atribuidos a los grupos humanos “naturales”, sino a las asociaciones o agrupaciones de individuos formadas opcional e interesadamente en torno a elementos diferenciados».
No obstante, las necesidades de las estructuras sociales, aceleradas por las políticas neoliberales, hacen de la cultura un concepto en permanente reelaboración que, al mismo tiempo, es atravesado por la interseccionalidad y aspira a localizarse en una posición ahistórica. Dado que el sujeto social es potencialmente inexistente sin cultura, se puede afirmar que la cultura, en cuanto que conocimiento simbólico, sirve para hacer socialmente visible al sujeto.
Debe destacarse que desde finales de los años noventa se utiliza en España, al igual que en otros países europeos, el concepto de industrias culturales, que más adelante sería definido, junto a industrias creativas, como:
«[…] aquellos sectores de actividad organizada que tienen como objeto principal la producción o la reproducción, la promoción, la difusión y/o la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial».
Se trata de un modelo que surge a demanda del capitalismo financiero, que redefine el concepto de cultura en las últimas décadas, donde incluso la institución ha sido absorbida en muchos casos en la cadena de producción de servicios.
El ejemplo más claro es la pérdida de objetivo social de ciertos museos, claramente marcados por el marketing y el turismo de la ciudad, o cuyo baremo de éxito es únicamente la cifra de visitantes.
Por otra parte, el alcance global de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha provocado una desterritorialización cultural y la ilusión de una identidad colectiva incólume. El intercambio simbólico se produce mediante nuevos lenguajes que la conectividad hace cotidianos.
Los grupos económicos, que manejan las nuevas formas de acumulación del capital y de intercambios simbólicos, son los productores de la identidad cultural que consume el mundo globalizado, estandarte de los Estados democráticos.
Para preservar la diversidad cultural, es fundamental la intervención de las Administraciones públicas y del Estado mediante impulsos económicos que garantizan el pluralismo frente a las tendencias homogeneizadoras de las industrias culturales.