2.6. Arte público
El arte público consiste en intervenciones localizadas de cualquier disciplina artística, generalmente en espacios exteriores y de acceso público. Para poder hablar de arte público frente a las prácticas artísticas individuales o colectivas, las intervenciones deben enmarcarse en la institución, es decir, deben estar aprobadas por los poderes públicos y regladas por los organismos competentes, públicos o privados.
El modo de producción del arte público suele realizarse desde la práctica de lo social y ser capaz de semiotizar la transformación de la sociedad, o no ser ajeno al contexto ni a la época en la que se enmarca su producción. Históricamente, su función política fue legitimar la cultura oficial mediante la cotidianización de sus valores, donde los monumentos son un ejemplo claro, al introducir en el acervo de lo común los símbolos reconocidos por el Estado y, por lo tanto, por la clase dominante. En este sentido, el arte público corre el riesgo de reproducir a escala local los valores estéticos globales y atacar a la diversidad de las culturas, como ocurre con las estatuas de Cristóbal Colón y de otros responsables del colonialismo. Aún hoy en día, el arte público puede ser utilizado como un modelo mimético de los estándares normativos y una herramienta para la hegemonización cultural, como ocurre con la apropiación del arte urbano, absorbido por la institución que en teoría lo considera ilegal. Pero el arte público también alberga el potencial de rehabilitar la función social del arte y dotarlo de nuevas estructuras y espacios con significado social.
El arte público supone una disrupción a lo contemplativo mediante la interpelación directa al peatón, que se convierte en espectador casual, como ocurre con las frases pintadas por Boa Mistura en algunos pasos de cebra de Madrid por encargo del Ayuntamiento en 2018.
La controversia del arte público no se circunscribe solo a la ideología política, sino que cuestiona la propia entidad cultural del arte.
El Tilted Arc de Richard Serra, instalado en la Federal Plaza de Nueva York en 1981, obstruyó el paso de los trabajadores de los edificios colindantes a la plaza hasta 1989, tiempo en el que además recibió una gran cantidad de litros de orina. Este ejemplo permite apreciar la capacidad social de transformar el arte en un urinario, volteando la capacidad del artista para transformar un urinario en arte como ocurre en La fuente de Duchamp (1917).
El arte público pone en relación directa al arte con el espacio público y al espacio público con la ciudadanía. El transeúnte no se convierte en un espectador casual al uso, sino que el modo de espectar también es trastocado. La apelación insistente modifica el arte de lo contemplativo y provoca la emancipación del espectador. Este nuevo espectador emancipado (Rancière, 2010) se libera de la instrucción impuesta al pueblo emancipándose intelectualmente al mismo tiempo y verificando la igualdad de inteligencias frente a la clase dominante. Sin embargo, existe una ausencia evidente de relación entre el pensamiento de la emancipación intelectual y la cuestión del espectador actual. El arte público requiere de participantes para ser activado, investigado y cuestionado en vez de voyeurs pasivos que únicamente lo contemplen, pues «mirar es lo contrario de conocer […] ser espectador es estar separado al mismo tiempo de la capacidad de conocer y del poder de actuar» (pág. 10).
La institucionalización del arte público puede atender a un modelo de gestión vertical o comunitario. Mientras que el modelo vertical atiende a un funcionamiento jerárquico tradicional en el que cada agente solo se implica en el trabajo que se le asigna, el modelo comunitario busca la implicación ilimitada de los agentes y los ciudadanos.
Un ejemplo del modelo vertical son las figuras de Meninas decoradas que se localizan temporalmente desde 2018 en las calles de Madrid por iniciativa del Ayuntamiento. El responsable del proyecto, Antonio Azzato, crea las figuras para ser después intervenidas por personas famosas, vinculadas o no al arte, y las esculturas finalmente forman una exposición urbana. Estas iniciativas no suelen contar con el respaldo del sector cultural, que considera que la intervención se instrumentaliza en pro de fines más turísticos o comerciales.
En cambio, el arte público de gestión comunitaria busca una implicación social en el municipio.
Un buen ejemplo de gestión comunitaria son los murales feministas La unión hace la fuerza pintados en Ciudad Lineal y Alcalá de Henares (Madrid), realizados por artistas locales y colaboradoras ciudadanas. En estos casos la función social del arte sí ha sido restituida mediante la resignificación del espacio, pues tras su vandalización el 8 de marzo de 2021 las artistas y ciudadanas se reunieron sin atender a ninguna clase de control institucional para restaurar los daños, lo que favoreció la fortaleza del tejido social.
Por último, cabe destacar que el arte público es interferido por las políticas urbanísticas y tiene una implicación en los sectores turístico e inmobiliario. En consecuencia, su desarrollo es determinado por las estrategias políticas que cada Gobierno desarrolla para los espacios urbanos comunes. Uno de los debates abiertos por el arte público lo vincula de manera directa a los procesos de gentrificación que sufren muchas ciudades, como ha sucedido a raíz de la intervención de Okuda en el faro de Ajo (Cantabria), que responde a un expreso deseo por parte de la Administración autonómica de promover el turismo de la región.