2.1. El Romanticismo
2.1.2. La influencia de Goethe
Como ya sabemos, el debate entre dibujo y color históricamente relacionaba la asociación de la línea con la racionalidad y el color con lo emocional. Esta cuestión llegó hasta el barroco, cuya discusión se desarrolló como venía haciéndose hasta entonces en el ámbito artístico. A partir del siglo XIX, esta discusión se extiende a otros ámbitos como el filosófico o científico. En este contexto surge la obra de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), poeta, novelista y científico alemán que influyó de forma decisiva en el romanticismo.
Entre 1791 y 1792 escribe Contribuciones a la óptica. En este texto, Goethe despliega una teoría en la que defiende que el origen de los colores se encuentra en la interacción polar de la luz y la oscuridad, así como en destacar la importancia de los fenómenos cromáticos físicos y psicológicos en la percepción. Uno de sus muchos experimentos trató de evidenciar que la luz era homogénea y que solo creaba color al ser interrumpida por la oscuridad.
Goethe explicaba que, cuando un rayo colisiona contra una superficie refractaria, este se descompone en un número infinito de rayos de colores. Si un haz de luz blanca pasa a través de un prisma y es refractado por dicho prisma, si ese rayo se aísla en una cámara oscura, aparecerá descompuesto en un espectro de colores en el que encontraremos tonos amarillos y rojos en la parte superior y violetas y azules en la inferior. Cuando los tonos violáceos se superponen con la parte superior (tonos rojos y amarillos), entonces aparecerá el verde.
A la inversa, cuando un haz de oscuridad es rodeado por luz, en la parte superior encontraremos tonos azules y violáceos, mientras que, en la parte inferior, hallaremos los amarillos y rojizos. Al coincidir ambos espectros en el centro, aparecerá el magenta.
Años más tarde, en su influyente obra Teoría de los colores (1810), Goethe desarrollará su teoría de las polaridades. Aquí profundiza en las fronteras entre la luz y la oscuridad como elementos polares. Este trabajo estuvo inspirado por la corriente romántica denominada Naturphilosophie. En esta obra, el poeta y científico alemán se ocupa del color desde sus relaciones simbólicas. Siguiendo la filosofía de la naturaleza de la que su amigo el filósofo idealista alemán Fiedrich Schelling (1775-1854) era uno de los máximos representantes, Goethe entiende la polaridad como un sistema de elementos enfrentados que se rigen por un principio separador. Los principios de polaridad se rigen por leyes naturales donde existen fuerzas de signo contrario. En el núcleo de su teoría de las polaridades se encuentra la relación simbólica entre luz y oscuridad, así como su vínculo con el sujeto (Calvo, 2015).
El círculo cromático (1810), de Goethe, ilustra su concepción simbólica del color. En él podemos distinguir dos polaridades enfrentadas:
- El lado activo: la claridad y la luz; representado por Goethe con el signo positivo (+), constituido por los colores rojo, anaranjado y amarillo.
- El lado pasivo: las tinieblas, la oscuridad, el negro. Es representado con el signo negativo (-) y se compone de los colores verde, azul y violeta.
El pintor Philipp Otto Runge (1777-1810) siguió muy de cerca el trabajo de Goethe. Su Esfera de color (1810) coordinaba el círculo cromático con los polos de claridad y oscuridad, y se convirtió en todo un referente respecto a la ordenación cromática en el siglo XIX.
Durante un tiempo, el principal proyecto pictórico de Runge se basó en representar alegóricamente todo el universo del color. Su obra se centró en la representación de una serie de cuatro «fases del día». Esta idea será recuperada por Turner, interesado también en las relaciones entre luz y color. Al igual que Runge, Turner también buscó establecer una equivalencia entre el color y los distintos momentos del día. Como indica John Gage (2001), Turner encontró muy interesante la teoría de las polaridades de Goethe. En algunas de sus obras presentadas como parejas, se establecen los contrastes entre caliente-frío o claro-oscuro.